¿Y si tuvieras que pedirle algo ahora mismo?


-¿Al ratoncito Pérez? -bromeó él. Hugo siempre respondía así; sin tomárselo demasiado en serio, ni a ella ni a sus tontas preguntas hechas de nubes.
-No, bobo -y Elisa, a su vez, siempre le regañaba de la misma forma, con insultos de algodón y lana cálida-. Al duende de las cosas tristes.
Volvía a una conversación previa, abandonada diez o quince minutos antes entre críticas a un hombre inventado y odas al helado que compartían.
Hugo se encogió de hombros. Tenía un poco de fresa en la barbilla, y un poco de chocolate entre los dientes delanteros.
-No quiero nada de él -respondió con facilidad.
-Yo querría su agenda, ¿sabes? Para mantenerme alejada de él -no levantó la vista al decirlo (Elisa siempre bromeaba con descuido); estaba rescatando restos del helado de las esquinas de la tarrina de colores.
Alzó la cara con expresión satisfecha y un montoncito de líquido rosa y marrón sobre la cuchara de plástico. Estiró el brazo hacia los labios de Hugo.
-¿No querrías saber dónde va a estar? -insistió.
Hugo acercó la cabeza a la cucharilla.  Olisqueó el contenido con la nariz arrugada y volvió a reclinarse en su silla fingiendo una expresión de asco.
-No quiero nada de él -repitió con facilidad.
Elisa le sonrió infinito y se llevó la cucharilla a la boca. El helado derretido sabía mejor que el helado frío, demasiado frío siempre para sus muelas. Pero era una chica muy bien educada.

Ilustración de Rocío Delgado.

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